domingo, 19 de diciembre de 2010

Sol, ocaso, frío


Como si de un gatito se tratara, el sol me ha lamido las manos durante las últimas dos horas. Se acercaba por mi oreja izquierda, me guiñaba los ojos y finalmente se ha depositado en mis manos. Unas caricias tenues, pero constantes, que disfrutaban mis dedos mientras volaban por el teclado del ordenador.
El sol, caprichoso como solo él sabe serlo, me evitaba cada cierto tiempo porque se iba a jugar con las nubes, mucho más divertidas que yo, que bailaban al son del viento y convertían nuestra historia de amor en un folletín por entregas.

Finalmente, harto quizá de mi adoración a través del cristal, pero mi reticencia a acercarme más a él, ha terminado por despedirse de mí. Un lar
go y agónico adiós hasta que, en un último suspiro ha desaparecido detrás del edificio, detrás de las nubes, detrás de la luna.

Su último regalo antes de morir, un destello rojo, naranja, morado y azul que me ha terminado de enamorar.

Un corto idilio que, lamentablemente, la vida no me permitirá continuar mañana.

Quizá nos encontremos en otro lugar, pero siempre será el mismo momento.

Aún siento sus dulces lametones por los todavía tibios dedos de mis manos.

Pero el frío empieza a acechar. La sombra ha hecho su aparición estelar; el sol se esconde humillado por su derrota.


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