sábado, 18 de diciembre de 2010

Conversación

Concentré mi mirada en tu mirada. Me viste y me miraste. Conectamos. Pero ahora con conocimiento. Y con reconocimiento de doble sentido: tú te acordabas de mi, yo, te veneraba.

Tenías hambre, pero no podía ser, no todavía. Me mirabas fijamente esperando una reacción por mi parte que te dejara satisfecha. No llegó, pero ya me conoces y sabes que puedes jugar conmigo y con mi torpeza, eso lo has aprendido rápido y lo has puesto en marcha enseguida.

Tu labio inferior sobresale para enseñarme que tus lágrimas van a salir si no cumplo tus deseos. Sé que no debo hacerte caso, pero me retas. Me amenazas y yo consentiré en cuanto puedas comer de todo. Por ahora me libro porque tu alimento no lo tengo yo. Te ofrezco mi mano, pero eres lista y enseguida te das cuenta de que es una artimaña. Así que me agarras el dedo y no me lo sueltas. “Conmigo no se juega”, me dices.

Así que trato de distraerte. Te cuento cómo ha ido mi semana, lo que he hecho, lo que no me ha dado tiempo a hacer, lo que he aprendido, dónde he estado, qué he comido. Todo.

Y me atiendes. Me miras y nuestro contacto visual no se detiene en ningún momento mientras te narro toda mi semana. Me atiendes y me entiendes. Ambas lo sabemos. Porque tus ojos no se despegan de los míos y tampoco me interrumpes. Sabes de lo que te hablo y entiendes perfectamente lo que te digo. Lo sé porque no me miras a los labios, que es de donde sale el sonido. Tu mirada está concentrada en mi mirada, que no se despega de tus ojos ni un momento. Es de mala educación mirar para otro lado mientras hablas con alguien y tú eso ya lo has aprendido desde el principio. Eres buena, muy buena. Tanto, que sabes que he cambiado mi tono de voz y ahora sí me acompañas. No me interrumpes porque lo que sale de mis labios es una canción. Sabes que es una canción y me acompañas. Tú también cantas. A tu modo y yo al mío. Tu voz suena por encima de la mía porque tienes más fuerza que yo. Y sabes cantar y yo no.

Se acaba la canción y tu estómago grita. Así que le haces caso, como deberíamos hacer todos y que yo he aprendido a hacer no hace demasiado tiempo. Tú lo sabes desde el principio. Continúa con tus costumbres, no las pierdas nunca.

Y sigue aprendiendo. Lo haces de forma natural. Sabes que llega el baño y te entristece saber que tu hora de comida se retrasará un poco más, pero el contacto con el agua te relaja. Mi dedo sigue en tu mano, me lo mojas y me miras. Luego sonríes. “Quiero jugar”, me dices. Y yo juego contigo, hasta que un estornudo te trae a tu realidad. Tienes frío y hambre. Y lo demuestras.

Me retracto. No tienes que aprender. Ya sabes más que cualquiera. Solo trata de no perderlo y de que todo lo que venga nuevo no te haga olvidar lo que ya sabes.

Hoy volveré a contarte mi semana. Y me cuentas qué tal la tuya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario