lunes, 14 de marzo de 2011

Lejos, pero no tanto: las revueltas árabes en Retiro


Desde enero, el mundo árabe es algo más que desiertos, kebab y Lavapiés. Nabil, Yassin, Ali y Leila estudian, trabajan y están integrados en nuestra sociedad, tanto como en aquella que ahora se revuelve en Libia, Egipto o Túnez contra la tiranía de sus dictadores. No pueden asistir físicamente a las manifestaciones, pero las sufren desde aquí a través de las redes sociales.
Empieza el fin de semana en casa de Nabil. Ha invitado a cenar a unos amigos. Tiene un ojo puesto en el horno para que las pizzas no se quemen, y otro en el portátil que hay encima de una silla del que no paran de sucederse imágenes de refugiados libios, manifestaciones y vídeos de Gadafi. Cada treinta segundos salta un nuevo tuit y un nuevo mensaje en su Facebook. Todos relacionados con las revueltas en los países del norte de África. Todos enviados por amigos suyos que, como él, están en mitad de la veintena. Todos viendo, entre esperanzados y cautelosos, que los árabes, por fin, han empezado a gritar y a sacudirse las dictaduras de encima.
Nabil siempre ha llevado una vida a la europea, había estado muchas veces en España, pero decidió venir a estudiar aquí en 2004. Ahora las noticias de las manifestaciones le hacen tener el corazón y la cabeza divididos: aquí está su presente, pero allí está su pasado, su familia y quizá su futuro. No puede dejar de maldecir a cada momento las matanzas que Gadafi está cometiendo sobre su propio pueblo. Es muy crítico con la situación, y mientras saca las pizzas del horno no puede callarse: «Al final no van a solucionar nada. En Egipto aún, pero el resto de revueltas no van a servir para nada más que matar gente».
Dice seguro que el pueblo marroquí no tiene la fuerza suficiente para hacer lo mismo y por eso está tranquilo por sus padres, que viven allí: «Ya intentaron hacerlo y solo robaron lo que quisieron. Utilizaron la excusa de las revueltas en apoyo a Libia para saquear la ciudad. Un caos». Además, asegura que fue apoyada y bendecida por el gobierno. «De otra forma no se hubiera podido desarrollar. Duró un par de horas, hasta que llegó el ejército y se acabó. Eso sí, se paralizaron las ciudades, pero nada más». Ya con la comida en la mesa habla más tranquilo: «En Marruecos te inculcan una filosofía desde que eres pequeño: estudia, trabaja, gana dinero, come y vive. Habla de lo que quieras, menos de política. Ese es el ideal de vida». y eso le molesta. Más desde que vive en España y ha notado los cambios entre allí y aquí. A pesar de «consumir» vida europea, la libertad que disfruta en España a la hora de vestir, de expresarse y de horarios nada tienen que ver con su país de nacimiento».
Lo que más le fastidia es que haya gente diciendo que «quieren mucho a Hassan II cuando es mentira. Ahora se puede hablar de los ministros, pero no de la cúpula que es la que maneja el poder. Y además, internet está pinchado». Desde esa cúpula solo llegan palabras huecas, pero no un cambio real. Además, «Marruecos no puede mancharse porque Argelia puede reactivar el conflicto de la independencia del Sahara. Le interesa que las cosas sigan como están, permietiendo ciertas manifestaciones, pero sin meterse mucho». Su Twitter sigue sonando cada poco tiempo, pero se relaja un poco. La pizza se enfría y el sábado no ha hecho más que empezar.
Un pie aquí, otro allíSegún fuentes del Ayuntamiento, apenas un 0’6% de los comercios de Retiro son regentados por población árabe y son unos treinta y cinco mil los empadronados -Marruecos es la mayor comunidad con 28.000 ciudadanos- con un gran porcentaje de jóvenes entre los 25 y los 40 años.
En la frutería que acaba de abrir, Yassin despacha a los clientes con mucha amabilidad. Tiene buena fama entre sus vecinos, lleva diez años por el barrio, aunque en diferentes negocios. Es marroquí, y a pesar de llevar tanto tiempo en nuestro país, «la sangre es la sangre». Además, tiene familia en Marruecos y amigos en Libia. Dice que no se preocupa demasiado, pero sí está atento por lo que pudiera pasar. Así lo demuestra con el ordenador que esconde junto a la caja. En la pantalla: el canal de televisión de Al Yazeera. Parece -pero solo lo parece- que es de esos de los que se queja Nabil, al asegurar que en Marruecos no llegará la ola de protestas: «Hassan es bueno y ha hecho reformas para mejorar la vida de los habitantes». Sonríe cuando se le pregunta por qué no se vuelve si las cosas están bien. «Eso es pregunta tramposa». Y quiere saber si los españoles se preocupan por el norte de África. Eso también es pregunta tramposa.
Amina es tunecina y lleva en España dos años. Trabaja como profesora de inglés y está conectada a Twitter y a Facebook todo el día. Con sus 23 años cree que Gadafi debe desaparecer, y pronto. Mientras se toma un té en una cafetería se alegra de leer en un tuit que las tiendas de comestibles de la frontera de su país con Libia están llenas de comida que han donado los tunecinos. «Ese es mi país», asiente orgullosa. La idea de que Estados Unidos se meta no la convence. «Los libios saben mejor lo que necesitan y cómo poder gobernar sus propios recursos; no necesitan que llegue “el salvador USA” para enseñarles nada», comenta entre enfadada e irónica. Ahora en su país están recibiendo a los refugiados, pero el gobierno libio no está poniendo las cosas fáciles. «Una vez que Gadafi les permita salir, les aceptaremos sin problemas. Ya estamos preparando hospitales y ya recibimos refugiados de Egipto, Bengal, Nigeria o China». Vive bien en España, pero le hubiera encantado participar en todas las protestas «ahora que se está escribiendo una nueva etapa árabe».
Entusiasmados por el futuroEl mes de enero pasará a la historia como un punto y aparte de as revoluciones árabes que se produjeron en los años 20 y después en los 60. Y el entusiasmo es evidente en la población árabe más joven dek barrio. Nagla es de Egipto y reconoce que nose había interesado por la política hasta la revuelta en Túnez. Igual que Nabil, tenía muy asumido que de política no podía hablar, así que las revoluciones suponen un cambio radical para la cultura árabe. «Ni siquiera el presidente se lo esperaba, por eso se marchó tan rápido», se ríe, «luego en Facebook hacíamos apuestas de qué país sería el siguiente. Egipto era el que más peso político tenía y no nos equivocamos». Se siente orgullosa de ser árabe, ahora más que nunca, y aunque no puede ser partícipe, está en contacto con su familia, que vive a dos calles de la plaza Tahrir. «Es la primera vez que tenemos un ex presidente y la sensación de que el pueblo ha tenid el valor y el poder para lograr ese hito es increíble». Habla de pequeñas revoluciones previas, pero subraya la importancia de que haya sido el pueblo el que tomara la iniciativa sin ningún partido político detrás. «La gente estaba hasta las narices y espero que esto continúe. Es nuestro momento, nos toca ganar.», concluye antes de irse a trabajar.
Tampoco Abdurraman sabe de política. Tiene diecisiete años y trabaja en una frutería. Apenas habla castellano, pero le encanta intentarlo. Así que conforme pasan los minutos se va calentando y sus opiniones –mitad en inglés, mitad en castellano- cada vez son más seguras y confiadas. Salió de Egipto hace mucho y siente lo que está pasando en su país. Cree que va a morir mucha gente y eso no le gusta. Tiene amigos de Libia, de Argelia, de Egipto y «son buena gente, los malos son los de arriba». No quiere a Gadafi, a quien parece odiar con ganas por su lenguaje no verbal, pero menos aún quiere que llegue Estados Unidos. «USA mala, ¿por qué no se mete en otros países? Solo están ahí por negocios y petróleo, pero no sabe cómo es ese país ni cómo son sus gentes. Estados Unidos fuera, a su casa. La gente necesita ser libre y decidir ella sola, no necesita a nadie más», concluye enfadado.
Esta misma idea mantiene Ali, iraní de 43 años que sabe muy bien de lo que habla. Estuvo dos años en la guerra de Irak y no confía nada en los Estados Unidos. «Parece que van a ayudar y solo se llevan los recursos. En Libia o Egipto te matan si robas, porque hay mucha hambre y poco dinero: en cambio, los jefes como Gadafi o Ben Alí tienen muchísimo dinero en bancos de Suiza y otros lugares», afirma rotundo. Reticente a hablar al principio, después no puede parar: «Al final matarán a Gadafi, pero deberían hacerlo pronto para que dejara de matar gente inocente». Niega rotundamente que estas revueltas se produzcan en un país como el suyo. «Hay unos veinte millones de policías en una población de setenta. La población no tiene tanta fuerza, el gobierno es muy poderoso y ha hecho reformas para contentar a su pueblo».
Lo mismo piensa Leila sobre su país, Argelia. «Se han producido muchas refoprmas que han hecho más popular al Presidente, aunque sí nos gustaría que cambiaran los ministros». Vino hace diez años para estudiar y aquí se quedó. Habla todos los días con su familia y están bien. Lee todos los periódicos árabes a través de internet porque quiere estar al tanto y valora por encima de todo disfrutar de la situación actual que atraviesa su país. «Miedo siempre hay, y estamos pendientes de lo que ocurra, pero nosotros ya hicimos nuestra guerra. Ahora les toca a otros». «Me gusta mucho que estén pasando estas cosas -asegura- significa que la población está reivindicando sus derechos, como hace mucho tiempo que debería haber pasado».
El entusiasmo también ha llegado a las agencias de viaje, que han vuelto a recuperar las ventas y los destinos de Egipto y Turquía que perdieron al iniciarse las revueltas.
IndiferenciaQuizá sean los años, las experiencias, el haber caído aquí por casualidad o los kilómetros, pero en el barrio no todas las opiniones son tan entusiastas. A otro sector árabe de Retiro les inquieta mucho menos lo que ocurra en Egipto, Túnez o Libia. Para ellos, el norte de África ya queda muy lejos.
Muhamd y Basi llevan cinco años en España. Cayeron aquí como podían estar en cualquier otro lugar del mundo. Y no descartan esa posibilidad. Uno es ingeniero; el otro, chef, pero ambos trabajan como camareros en el Restaurante Árabe de Doctor Esquerdo. Su ciudad natal en Marruecos les queda muy lejos en tiempo y en espacio. Tienen toda su familia aquí, tramitando la nacionalidad española, así que las revueltas las escuchan en la televisión, pero no les afectan. «Tengo que alimentar a mis hermanos pequeños que están ahora en el colegio y la crisis es muy mala para todos», comenta Basi, «la luz está muy cara, todo está muy caro y tengo que llegar a fin de mes, eso es lo que me preocupa». Muhamd asiente y añade: «España no es buen país ahora para ganar dinero, igual nos vamos a Francia».
Son las dos de la tarde, hora perfecta para comer en uno de los pocos kebabs del barrio. En uno de ellos, la televisión inunda el local sin clientes con las últimas noticias sobre Gadafi. Apoyados en la barra, absortos, solo están los camareros: Abdull y Mike, marroquí y tunecino, entrados en la cincuentena. ¿Están siguiendo con tanto interés las revueltas en el norte de África? No, contestan, están aprendiendo castellano.


No hay comentarios:

Publicar un comentario