martes, 12 de abril de 2011

"¿Que si el tenis me ha ayudado? Me ha salvado la vida


Rubén tenía 18 años cuando comenzó el partido más duro de su vida: contra el cáncer

Rubén Merchán tenía un sueño en la cabeza: ser campeón de Roland Garros. Un objetivo al que aspira todo tenista cuando descubre que el tenis es su filosofía de vida. Pero en su parte del cuadro le tocó un rival duro y tenaz llamado cáncer. Una enfermedad que le pilló desprevenido, como un revés a contrapié.

El primer set del partido del éxito fue relativamente sencillo. Rubén, que ahora tiene casi 28 años, siempre fue un deportista nato: fútbol, baloncesto, esquí. Su padre, jugador de tenis amateur –«y bastante bueno»- le inculcó el deporte de la raqueta. Se apuntó para entrenar una tarde a la semana en las pistas de tenis de su nuevo colegio en Almería, donde se trasladó desde Jaén cuando tenía nueve años. Enseguida Rubén se descubrió a sí mismo disfrutando de pasar horas y horas golpeando la pelota en un frontón. Encontró el placer en golpear la pelota delante, a la altura de la cintura, con el codo levemente flexionado, con la dirección puesta hacia una de las esquinas, inalcanzable, y con la pelota en la mirada; y descubrió la adrenalina de ir ganando partidos, mejorando los golpes, viajando de campeonato en campeonato y creyendo que se podía ese sueño en la tierra batida de París.

Pronto los torneos regionales se quedaron pequeños para este muchacho que, con doce años ya participó en su primer campeonato nacional. Perdió en cuartos de final contra quien sería uno de sus contrincantes habituales: el actual número veintisiete del mundo, Guillermo García-López. «Luego jugaríamos más veces, con victorias para ambos», recuerda Rubén para ABC.

Con catorce años jugaría su primera final en el Campeonato de España y allí sería batido por Carlos Cuadrado, su «hermano». Juntos recorrieron una buena parte de su carrera tenística durante la adolescencia y continuarían después compartiendo victorias y derrotas.
En su raqueta ya se habían tensado las cuerdas del éxito y la Federación Española de Tenis lo vio. Apostó por él y le dio billete para que disfrutara en campeonatos internacionales con la selección y de forma individual. Rubén guarda un buen recuerdo de aquella época, en la que viajaba por todo el mundo con catorce y quince años: «Estambul, Tokio, Italia, parecíamos estrellas. Sin duda, la etapa más bonita de mi vida».

Rubén intenta saltar a la pista siempre que su cuerpo y su cabeza se lo permiten

El punto de no retorno llegó con la beca para el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat del Vallés. «Decidí por completo que esto era lo mío; dejé a mi familia en Almería y me vine a Barcelona. Sentí, con total seguridad, quee podía llegar muy alto». Allí se reencontraría con Carlos Cuadrado y compartiría jornadas draconianas, mucha pasta, risas, esfuerzo, sudores y sueños con Tommy Robredo, Feliciano López, Fernando Verdasco y María José Martínez, entre otros. Y Carlos Moyá, Álex Corretja, Félix Mantilla y Albert Costa ya no estaban en los pósters que decoraban su habitación de tenista soñador, sino delante de él en una pista de entrenamiento.

El rival lanza su ataque
Fueron dos años muy duros en los que los contratos con las marcas deportivas que apostaban por él se mezclaron con algunas decepciones. Pero no fue nada comparado con lo que llegaría con la mayoría de edad.
Con dieciocho años y ocupando el número 800 del mundo, el rival más duro de su vida trató de ganarle el partido y arrebatarle los sueños de campeón. La pesadilla tenía forma de cáncer: Linfoma de Hodgkin, un ganglio linfático infectado que ataca al sistema inmune y a la sangre. Pero solo los tenistas que de verdad llevan el tenis en su piel reaccionan a la situación como Rubén. «Me dieron la noticia y jamás olvidaré que lo que le dije al médico fue: "Pero podré seguir jugando a tenis, ¿no?"».
No tenía ni idea de lo que tenía, pero se contestó él mismo a la pregunta saliendo a entrenar de vez en cuando, en los momentos en los que la quimioterapia y la radioterapia que sufrió durante ocho meses le permitían levantarse de la silla. Fue un set muy duro, pero en los entrenamientos había fortalecido su juego de ataque y junto a un potente servicio, Rubén consiguió llevarse la primera manga contra el cáncer.

Las zapatillas volvieron a resbalar sobre la tierra batida y las cuerdas se tensaron de nuevo. Volvió al circuito con diecinueve años, curado y recuperado. Las técnicas de superación aprendidas le hicieron auparse al puesto 500 de la ATP. «La vuelta fue muy especial, porque jugué mi primera final contra Carlos. Aunque me arrolló; él venía de ganar Roland Garros Junior y ya estaba el 280 del mundo».

Parecía que el segundo set iba a ser más fácil, pero a los 21 años y en su mejor momento tenístico, la pelota llego plana, rápida y abriendo ángulo, imposible de devolver: una revisión detectó otro ganglio afectado. «En aquel momento sufrí numerosos ataques de pánico, no me veía con fuerzas para volver a pasar por todo aquello. Pedí ayuda psicológica en el Hospital Clínico de Barcelona, donde no me han dejado ni un momento de mi vida».
Los tratamientos, quimioterapias y un autotrasplante jugaron duro. «Aquello fue indescriptible, pero salí, y muy fuerte. Sin embargo, y aunque seguí jugando torneos en Alemania, Italia y España, decidí dejar la alta competición y comencé a trabajar como entrenador».

Búsqueda a vida o muerte
El partido de Rubén era de Grand Slam, por lo que debía jugar al mejor de cinco sets. La alarma de una recaída saltó de nuevo. Otra vez la angustia, las pruebas, los médicos, los ingresos…
Una de las técnicas más difíciles de aprender en el tenis es la fortaleza mental, y sin ella estás perdido si el rival consigue devolver tus golpes una y otra vez, y ninguna de tus estrategias funciona. Pero Rubén tenía mucho tenis en sus piernas y en su raqueta. Se tomó la noticia con calma. «Pensé que ya sería cuestión de tiempo que me llegara el final, así que me dediqué a despedirme de los míos poco a poco».

A pesar de la tortura médica, Rubén nunca pierde la sonrisa ni las ganas de vivir

El cáncer tenía un match ball a su favor, solo un donante de médula compatible podía hacer que Rubén devolviera el golpe. Durante días, la pelota quedó haciendo equilibrios en la cinta. Encontrar a alguien compatible era la única solución. Era tan remota que ni siquiera se tomó demasiado en cuenta en su entorno, pero se consiguió. «Una aguja en un pajar; es de risa, una posibilidad entre no sé cuántos millones», sonríe aún alucinado. Desde Alemania le llegó el aliento -y la médula- que necesitaba para que la pelota pasara al otro lado de la red. El tie break volvió a caer de su lado.

El partido tocaba a su fin, aunque con un par de recaídas por problemas de rechazo. Pero Rubén no es un jugador de tenis, es un tenista: un guerrero con raqueta. «¿Que si el tenis me ha ayudado? Creo que me ha salvado la vida: la disciplina, el carácter competitivo, la condición física y mental; y claro, el apoyo desde la grada, mi familia, mis amigos, el mundo del tenis».

Su perro, su guitarra y su grupo de música son ahora sus otras pasiones. Pero no ha dejado el tenis ni por un momento: «Empuño la raqueta cuando puedo y me apetece, y aunque con esfuerzo, todavía logro buenos golpes». Y, como entrenador, transmite toda esa energía, todo ese positivismo y ese amor por el tenis a los muchachos de su Club de Barcelona. Mantiene contacto con Ferrer, Corretja o García-López, y cuando ve a algunos de ellos en la tele no deja de pensar en que él lo intentó todo, pero no tuvo la opción de estar ahí. «Me da mucha rabia, pero soy muy consciente de la grandísima suerte que he tenido y espero seguir teniendo. Con tanta gente que me ha dado su apoyo y me ha enseñado el significado de todo esto que es la vida».

Por ahora tiene juego, set y partido en su particular Grand Slam.

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