miércoles, 9 de febrero de 2011

"Hiroshima": rostros y voces de una tragedia


El seis de agosto de 1945 un resplandor silencioso cambió la vida de una ciudad entera. En un solo segundo, más de cien mil vidas quedaron cortadas y otras tantas quedaron marcadas para siempre. Las consecuencias devastadoras de ese segundo supondría un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial fueron mil veces comentadas por expertos, periodistas y científicos, pero nadie puso voz y rostro a los habitantes de una ciudad que, en un día de verano, supieron lo que el hombre era capaz de hacer contra otro hombre.
Hasta que llegó el artículo de John Hersey.

Después de casi un año de investigaciones, entrevistas y trabajo sobre el terreno, Hersey terminó un texto sobre la bomba atómica y sus consecuencias humanas que también cambiaría el modo de hacer periodismo. Más de 150 páginas formaron parte de una crónica que llenaría todo un número de la revista The New Yorker y que pasaría a convertirse en libro apenas un mes después de su publicación.


Con un estilo periodístico directo y casi como un diario minuto a minuto, Hersey introduce desde la primera palabra al lector en Japón, en Hiroshima, en la vida diaria de esa ciudad, en la piel de quienes allí se disponían a pasar un día más de sus vidas.

Una crónica brutal, pero no por el tono sino porque la historia no necesita más crueldad añadida, en la que se busca -y se encuentra- la reflexión a través de las palabras, los hechos y los actos objetivos que sucedieron en el mismo instante en que una nueva forma de destrucción surgió en la historia de la humanidad.

El autor y periodista refleja sin adjetivos una situación extraordinaria y como un puñal se va clavando en los ojos de los lectores. En un ejercicio máximo de objetividad, Hersey acerca al lector al mundo descarnado de los minutos siguientes a la explosión, de las heridas que no supuran, de los vómitos, de los muertos en las aceras, de la carrera por la supervivencia, de la angustia, del dolor y de cómo se sale de él en una ciudad destruida por algo tan pensado y tan cruel como fue la bomba atómica.

El periodista recrea la situación como si de una película se tratara: el lector observa, a cada palabra, los movimientos de los protagonistas, descubre con ellos la magnitud de la catástrofe y se siente igual de impotente que ellos.

Este estilo periodístico directo, pero lento en su preparación, con el tiempo suficiente para reflexionar sobre las entrevistas -lo que se ha dicho, lo que no se ha dicho, cómo se ha dicho-, parece ya un tipo de periodismo extinto. "Antes se razonaba más; ahora el periódico se ha llenado de florituras, antetítulos y letra grande y cada vez hay menos para leer en los diarios", explicó el periodista gráfico Gervasio Sánchez, en su visita al Máster de ABC. "Para escribir bien se necesita tiempo; solo así se pueden hacer historias con fuerza, con lo que realmente merece la pena escribir", continuó.

Retrato desnudo
Si se busca una explicación de por qué se dejó caer la bomba ese día y sobre ese lugar, el texto de Hersey no es el lugar adecuado para descubrirlo. El artículo no ofrece los motivos, sino que se limita a retratar lo que ha ocurrido, compartiendo lector y protagonistas la misma ignorancia de los motivos. De ese modo, el libro proporciona los datos y la información necesaria para que quien lo lea tome sus propias decisiones.

Como una cámara bien afilada sobre el papel, Hersey describe los fotogramas de un acontecimiento que el lector se ha de encargar de llenar de crítica, emociones, reacciones y, si quiere, de justificación. Un retrato desnudo de la época, de la cultura japonesa, de su idiosincrasia, del sentimiento de vida y del sentimiento de muerte de sus gentes. La invisibilidad del autor es parte de la fuerza que desprende el texto, y también es algo que no se lleva en el periodismo actual. Como critica Gervasio Sánchez "los periodistas suelen hablar más de sí mismos que de lo que realmente pasa delante de sus narices".

En "Hiroshima", por el contrario, Hersey muestra las consecuencias desgarradoras de una bomba -cuyo irónico nombre es "Little boy"- caída del cielo, pero sin tratar de maquillarlo y hacerlo más digerible para el acomodado lector. Sin añadir ni quitar color, pero tampoco ni un ápice de humanidad.

Tragedias humanas
Muchas son las catástrofes naturales o artificiales
que sacuden los imaginarios colectivos de la sociedad cada cierto tiempo. Sin ir más lejos, hoy hace un año del terremoto que asoló Haití. Pero, en los últimos años, las tragedias humanas pasan tan deprisa por los medios de comunicación que no da tiempo a realizar un seguimiento de cómo se recuperan las víctimas. Debajo de las Torres Gemelas de Nueva York o en los trenes del 11-M o bajo los escombros que produjo el terremoto de Puerto Príncipe había personas y los medios actuales basan sus crónicas en el momento de la tragedia, olvidándose en cuanto aparece la tragedia siguiente.

A pesar de que la mayor parte de la gente recuerda exactamente dónde estaba cuando suceden acontecimientos así, pocas veces se siguen investigando las consecuencias. Las crónicas in situ suelen ser iguales en todos los medios, sin contar en profundidad lo que ocurre, cómo ocurre o a quién le ocurre. Quizá ya el lector está demasiado acostumbrado.

En 1945 Hersey construyó un texto que, desde su invisibilidad como autor, refleja y describe la crueldad dando voz y nombre a las doscientas mil víctimas de Hiroshima. Quizá todavía se esté a tiempo de volver a ese periodismo más real, más cercano y que traslada directamente al lugar y al momento sin olvidar los días, los meses o los años siguientes. Quizá se volviera a sentir el dolor ajeno y a no cambiar de canal ante el sufrimiento.


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